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Teri Sáenz

Chucherías y quincalla

El zulo de la memoria

lara

Los aniversarios son esas fechas egoístas que menosprecian al resto del calendario. Celebrar un éxito (o una tragedia) coincidiendo con el día que se produjo supone ignorar la tragedia (o el éxito) el resto del tiempo y a malas penas la pirotecnia de imágenes en sepia y testimonios desempolvados que se concentran en esa cifra redonda compensa el desequilibrio que sufre el recuerdo. La conmemoración ahora de los 20 años de la liberación de José Antonio Ortega Lara tras uno de los secuestros más crueles perpetrados por ETA presenta esa doble cara. Por un lado revive por si alguien los había traspapelado los detalles que certifican que existe la muerte en vida. Y por otro, hace preguntarse por qué aquellos lazos azules que invocaban al funcionario de prisiones durante su cautiverio se arrumbaron en algún cajón en cuanto volvió a ver el sol. En la hemeroteca permanecen su mirada desorientada ante miles de personas aclamándole, sus rasgos famélicos envueltos en una barba rala, el primer abrazo tembloroso a una familia arrebatada. Y las descripciones del agujero donde estuvo recluido, que trasmiten tanta angustia como humedad y obligan a releerlas encorvado. Ortega Lara no celebró ningún aniversario durante su secuestro. O tal vez lo hizo íntimamente 532 veces:una por cada día que despertaba y la trampilla que se abría para darle comida le informaba que seguía vivo. Por eso, no hay que esperar otros 20 años (ó 25, ó 30, ó 31) para que la memoria corra el riesgo de quedar confinada en un zulo.

Fotografia: Efe


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