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Fernando Sáez Aldana

El bisturí

Durar

A quienes no tenemos la suerte, supongo, de creer en la otra vida, o en el cielo (en el infierno sí, porque está en este planeta y sale en todos los telediarios) nos cuesta más trabajo todavía buscarle un sentido a la presente. Sin embargo, cuando no se espera encontrar nada al otro lado de la muerte parece lógico no querer morirse nunca, aún sabiendo que la vida consistirá en una intragable empanada rellena de afanes, frustraciones y sufrimiento, espolvoreada con una engañosa pizca de felicidad glas. Por el contrario, parece razonable que los creyentes en una vida eterna liberados de las penalidades terrenales ansíen fallecer cuanto antes, para alcanzar sin demora las delicias del paraíso (cuántos suicidas no serán en realidad practicantes impacientes por acceder a la infinita dicha celestial y no pesimistas desesperados por regresar a una nada más soportable que la miseria cotidiana). Sin embargo, la profesión le enseña a uno todos los días que las personas, no sólo los mortales convencidos sino también los esperadores de resurrección y gloria, prefieren aguantar lo que les echen con tal de seguir arrastrando por este valle embarrado de lágrimas la máxima cantidad de vida posible, aunque sea de pésima calidad. Con alguna excepción. Hace poco a una nonagenaria con todos los órganos caducados se le quebró la única cadera que le quedaba por apuntalar. Cuando dio de nuevo sobre la mesa de operaciones con su delicado cuerpo acribillado a pinchazos, invadido por sondas, tubos y cables y rodeado de varios pares de ojos sin rostro, la pobre vieja, aparentemente desconectada de todo a pesar de estar enchufada a varias máquinas, despegó los labios y susurró: «Esto no puede ser». Pensando que se referiría a algún conector especialmente molesto, se le preguntó qué era lo que no podía ser y por un instante la mirada de la anciana recobró foco, brillo, vida casi: «¡Durar!», exhaló antes de regresar a su indescifrable mutismo. Fue un destello de lucidez que rasgó esa neblina irracional tan frecuente en el quirófano, pero nunca sabremos si lo dijo porque anhelaba esa segunda vida infinita y maravillosa que nunca acababa de llegar, o ese originario polvo osteoporótico en el que nunca acababa de convertirse.

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Por Fernando SÁEZ ALDANA

Sobre el autor

Haro, 1953. Doctor en Medicina especialista en Cirugía Ortopédica y Traumatología jubilado en 2018, ya escribía antes de ser médico y lo seguirá haciendo hasta el final. Ha publicado varios libros de relatos y novelas y ha obtenido numerosos premios literarios y accésits. El bisturí es una columna de opinión que publica Diario LA RIOJA todos los jueves desde 2004.