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Mayte Ciriza

Que quede entre nosotros

Indolora, incolora e insípida

Mi hija tenía que preparar este fin de semana un collage, de tema libre, para clase, segundo de primaria. Al cabo de un rato aparecían la peque y mi santo desesperados pidiendo otra cosa que no fueran suplementos de periódicos, porque con ellos sólo podían hacer un collage de cremas, maquillajes, perfumes, productos de estética y clínicas de belleza.
Y es verdad, la publicidad nos tiraniza con la idea del cuerpo perfecto, de la eterna juventud, hasta el punto de que se ha llegado a convertir, más allá de lo razonable, en una obsesión enfermiza tanto para mujeres como para hombres (¿los gastos en publicidad en productos de estética para hombres son ya mayores que para mujeres!).
Hay un reparo en mostrarse como se es. Estamos en una sociedad donde parece que sólo tienen sitio los cuerpos retocados, la apariencia de juventud y una belleza superficial, que no se encuentra en las calles, ni en casa, ni en el trabajo, sólo en la publicidad. La paradoja es que los jóvenes tienen el más agudo sentido de autenticidad y, en cambio, se utiliza su imagen como señuelo. Esta belleza irreal y carísima, ha encajado como anillo al dedo en una sociedad en la que el hedonismo es el valor principal.
Los últimos meses y días del Papa, que ha agotado la vida hasta los bordes, han sido todo un ejemplo para todos, creyentes o no. Sí, en esta época del pensamiento débil, de la ética indolora, es sencillamente grandioso el ejemplo de una persona reivindicando la pura dignidad humana y el dolor sin maquillaje, en un mundo que busca la satisfacción rápida, sin esfuerzo, que oculta el dolor y la enfermedad, que quiere disimular lo humano.
Esta enfermiza ansia de perfecta belleza producida por medios artificiales me recuerda a las técnicas de embalsamamiento. En estos tiempos de tan caros tratamientos estéticos y de cirugías plásticas, la armonía está en los surcos de la piel. Pero esto, que quede entre nosotros.

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Por Mayte CIRIZA

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