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Mayte Ciriza

Que quede entre nosotros

Uno de los secretos de la felicidad

Seguro que has visto una escena parecida. Estaban juntos en la misma mesa pero no se dirigían la palabra, cada uno con el móvil enfrascados en su propia conversación. Sentado entre ellos, un crío de unos diez años no levantaba la vista de la maquinita. No sé si llegaron a acabarse la cerveza, pero al cabo de un rato, ella terminó de hablar, pagó y se fueron,mientras él seguía hablando por teléfono.

Nunca hasta ahora habíamos tenido tantos medios para comunicarnos: las nuevas tecnologías nos abren un nuevo mundo de relaciones y nos permiten satisfacer al momento nuestra necesidad de contactar, pero, al mismo tiempo, pueden llevar a aislarnos de las personas que tenemos más cerca; nos permiten conectarnos con la otra punta del mundo en un segundo, pero la persona que tenemos al lado puede parecer un pasmarote.

La comunicación es vital. Hablar, sí, el mero hecho de hablar nos hace felices. Y en las relaciones de pareja y en las relaciones con los hijos es algo fundamental. Todos necesitamos que alguien nos quiera, a pesar de todo, pese a ser como somos, que se nos quiera. Sin vínculos afectivos difícilmente superamos los problemas que nos plantea la vida. Y esos vínculos afectivos se refuerzan con la comunicación. Una buena conversación nos hace sentirnos bien, nos transmite sensaciones positivas. Cuando estamos aislados, cuando no hablamos, sentimos soledad, desconfianza, sentimos miedo, y el miedo es una sensación paralizante. Hablar combate todo esto. El mejor remedio contra la depresión, por ejemplo, es hablar. No se trata de hablar por hablar, ni de conversaciones insulsas, sino de comunicarnos con el otro, y de escuchar, de expresar emociones y afectos, de poner nombre a los sentimientos.

De alguna manera somos conscientes del poder de la conversación, hasta el punto de que el signo máximo para expresar nuestro enfado, malestar o enemistad con alguien es, precisamente, dejar de hablarle. O no dejarle hablar. Están los que, como Chávez, no dejan hablar y les pica que les digan que se callen y escuchen.

Lo que podía hacer Chávez es hablar él solito. Hablar uno solo resulta terapéutico. O canturrear. Detrás del tópico de cantar en la ducha hay un ejercicio muy recomendable, en la ducha o donde sea: el de cantar o tararear una canción. Cantamos cuando estamos contentos, o cuando tenemos un estado de ánimo positivo. Es una manera de, si estamos solos, comunicarnos con nosotros mismos.

Todo esto es especialmente necesario en el caso de los jóvenes, porque lo que más necesitan los jóvenes es comunicarse, pero los padres no tenemos tiempo para eso. La prisa es la que impide esta comunicación. Siempre vamos con prisa, nos falta tiempo y por eso muchas veces nuestros hijos están atendidos por las niñeras electrónicas: televisión, videojuegos,Internet, etc.

Nos preocupamos por el colesterol, por la tensión arterial, por la dieta o por el nivel de ácido úrico –y todo esto está muy bien- pero no por cuánto tiempo dedicamos a la buena conversación. A falta de unas pastillas que nos curen de la incomunicación, no queda otra que recetar, como poco, tres cuartos de hora al día de charla. Entre tantas prisas hay que buscar esos pequeños secretos de la felicidad.

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Por Mayte CIRIZA

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