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Jorge Alacid

Logroño en sus bares

Profesional y camarero

Jesús Ortega, en el centro, en su etapa al frente del Mesón del Rey

Como recordaba al principio de lanzarme con este blog, una vez fui cliente asiduo del Tizona, bar integrado junto a otros dos de esa misma manzana (el Apolo y Texas, ya difuntos) en una especie de prolongación del vermú dominical que protagonizaba la vecina avenida Jorge Vigón. Cuando el aperitivo se estiraba más allá de Drugstore, Vivero y resto de hitos de esta última calle, algunas cuadrillas solían acabar echando la espuela en cualquiera de este trío de locales de Colón, confraternizando con una parroquia más veterana que la propia del llamado tontódromo. Recuerdo aquel Tizona más o menos como ahora: la barra a la derecha, a la izquierda las mesitas subidas sobre un peldaño y una barra surtida con sabrosas golosinas. Por fortuna, hay bares que nunca cambian. Gloria a todos ellos.

Y gloria al Tizona, cuya actual encarnación confieso que apenas he frecuentado. Ignoro la razón: tal vez porque me pilla demasiado cerca de casa. Paso unas cuantas veces al día junto a su puerta, observo el bullicio habitual y me llegan continuas alabanzas de numerosos logroñeses conspicuos, a quienes veo muchas noches de viernes picoteando las chucherías que despacha su barra. Conozco, como supongo que conocerá cualquiera, a los devotos de sus pimientos rellenos y conozco, como supongo que conocerá cualquiera, la profesionalidad con que defiende ese negocio el caballero llamado Jesús Ortega, a quien traigo hasta aquí a modo de saludo y despedida: el buen hombre apura sus últimos días al frente del bar, próxima la jubilación. Mala y buena noticia: por un lado, sus fieles se resignan a perder a su camarero de confianza; por otra parte, el señor Ortega se tiene muy bien ganado el descanso, porque ejerce su oficio desde tiempo inmemorial y porque así se marchará como los toreros caros, por la puerta grande. Dejando tras de sí un aroma de gran profesionalidad y amor por su profesión mientras se dispone a cortarse la coleta.

Y aunque como digo apenas he frecuentado su actual casa, su jubilación me ha recordado los días en que sí fui asiduo del negocio donde lo conocí, el añorado Mesón del Rey de avenida de Portugal. A quienes aún no peinan canas, les refresco la memoria: se situaba donde hoy se alza el bar Casablanca. Y era bar y era restaurante, con una particularidad que su dueño se llevó hasta el Tizona cuando bajó aquella persiana: una clientela muy fiel. Fidelísima. Una clientela tan leal que convirtió aquel bar en algo más que un bar: la prolongación de su casa. Entraba uno tras salvar la breve y simpática escalinata y observaba casi siempre a los mismos parroquianos, casi siempre los mismos matrimonios, que peregrinaban hasta allí en cuanto ponían el pie en la calle. ¿La razón? Yo lo llamo elegancia, clase, estilo. En el servicio, en el producto… Una decoración austera, efectivamente en plan mesón, muy al estilo de los locales que proliferaban por esa misma época (últimos 70, primeros 80) por Madrid.

Para mí, esa era la clave de su éxito, que se extendía al restaurante ubicado al final del local, casi siempre lleno: que era un bar de estirpe madrileña, con camareros perfectamente ataviados (imprescindible corbata y opcional pajarita, como se observa en la foto), que tiraban la caña como si fueran hijos de la capital del Reino, cortaban con mimo el jamón que daba la bienvenida y garantizaban discreción a los clientes, sobre todo los arracimados en el recodo situado a la izquierda de la puerta. Te trataban como uno quiere que lo hagan en cada bar: con esmerada atención, pero sin confianzas. Una cortesía seca: mi favorita. Y ahora que Jesús empieza a entonar el adiós, me apetece dedicarle estas líneas porque encarna a mi juicio un tipo de profesional que se bate en retirada. Defender una barra con tanta categoría durante tanto tiempo sólo está al alcance de algunos elegidos: ojalá que quienes hoy perpetúan ese oficio vean en él a un ejemplo de cómo revestir de dignidad una profesión que tiene mucho de designio bíblico. Porque se ocupa de dar de comer al hambriento y de beber al sediento.

P.D. Me recuerda Jesús Ortega a través de su hijo Diego, compañero en esta casa, que  el Mesón del Rey se inauguró en marzo de 1976 y cerró sus puertas en el año 2000. Un año después, en agosto del 2001, se puso al frente del Tizona donde ahora se despide de la profesión para averiguar si, como dicen, la palabra jubilación viene de júbilo.

Un recorrido por las barras de la capital de La Rioja

Sobre el autor

Jorge Alacid López (Logroño, 1962) es periodista y autor de los blogs 'Logroño en sus bares' y 'Línea de puntos' en la web de Diario LA RIOJA, donde ocupa el cargo de coordinador de Ediciones. Doctor en Periodismo por la UPV.


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