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Jorge Alacid

Logroño en sus bares

Lo que había que echarle

Lorenzo Cañas y el pequeño Mario, catando las tortillas del concurso de Degusta LA RIOJA

En noviembre del año 2012, una de las primeras entradas del blog Logroño en sus bares ya se detuvo en revisar ese territorio tan caro al universo hostelero logroñés: el suculento mundo de las tortillas. Si hoy vuelvo sobre mis pasos es porque Diario LA RIOJA ha convocado de nuevo su tradicional concurso, resuelto este viernes con el fallo del jurado que puede leerse en la información adjunta. Y, sobre todo, me detengo de nuevo en ese apetitoso cruce entre el huevo y la patata gratamente sorprendido por la respuesta de los participantes: más de 60 establecimientos de la capital riojana acudieron a la Plaza de Abastos con sus mejores creaciones para someterlas al veredicto de los expertos. Señal de que este concurso tiene impacto y de que tiene recorrido, porque tiene lo principal: un puñado de seguidores dispuestos a secundar la convocatoria y participar en esa suerte de fiesta de la gastronomía local que el concurso significa.

Digo gastronomía y digo bien: pocos bocados más entrañables y más lujosos para quien esto firma, porque encierra lo mejor de la sabiduría popular. Con la tortilla me sucede como con otros platos de la cocina de toda la vida: que siempre me pregunto a quién se le ocurrió. Quién fue la primera persona que decidió que un chorro de aceite humeante admitía de buen grado una ración generosa de patatas, que mezclada con unos cuantos huevos desembocaban en tan jugoso resultado. Debió ser alguien muy sabio. Porque su invento ha resistido el paso del tiempo y gana adeptos con los años: lo mismo que el concurso de tortillas, por cierto, a pesar de su juventud.

Lo cual me lleva a repasar mi propia trayectoria como cliente de los bares logroñeses y degustador de aquellos que ofrecían y ofrecen este pincho, que también admite el formato generoso. Es poco corriente pedirse una tortilla entera en un local, pero los hay como La Travesía o el Porto Vecchio en cualquiera de sus encarnaciones donde sí que tal plato es moneda común. Lo habitual, sin embargo, es pedirse una ración de tamaño de entre cinco y diez minutos, acompañar la ingesta con un trago y saborear ese delicado manjar como si fuera la magdalena de Proust. Es decir, pensando en cuántas y cuántas tortillas nos han hecho felices en nuestras barras favoritas. Las mías ya están mencionadas en esta entrada anterior pero no me importa repetirlas, porque el recuento me rejuvenece: ah, el Oslo, el Porto Novo, el Sebas, La Esquina… Ah, el Ignacio, sobre todo: me veo de nuevo frente a su mostrador, donde ahora se emplaza la mencionada La Travesía, engullendo de chaval la dosis dominical tras cada cita en Las Gaunas y aquella tortilla me vuelve a saber a la dichosa adolescencia en blanco y rojo, cuando la vida parecía infinita.

De las recientes tortillas que se han ido presentado al concurso, he tenido la dicha de catar un par de ellas: la del Serenella, gracias al detalle que tuvieron sus dueños con esta casa cuando, eufóricos por el primer premio que se llevaron en el 2013, nos obsequiaron a una ronda. Y he catado igualmente, sólo que previo pago, la que ese mismo año se llevó el galardón en la categoría que premia la introducción de más ingredientes que la tradicional patata y el perenne huevo: fue la elaborada en La Tavina, que despachan en generosa dosis y me pareció un pincho estupendo. Con un aliciente adicional: que como el resto de sus hermanas se aposenta en las cavidades estomacales formando un mullido colchón donde el trasiego de alcoholes encuentra el apropiado confort. En otras palabras, que garantiza lo que pronto supimos de jóvenes: que la tortilla de patata representa un bocado ideal en las horas de entrega a la dipsomanía, religión que nos tuvo entre sus creyentes cuando no había tantas donde elegir. Ya se han citado aquí unas cuantas de aquellas sugerentes reliquias: añada el improbable lector cuantas se han presentado al concurso, las ganadoras y las que quedaron eliminadas, y agregue también aquellas que salen a su encuentro en cada bar de Logroño.

Observará que encierran un paraíso común y festivo, un edén culinario. Y observará también que hay mucho y bueno donde elegir. Las distinguidas en esta edición del concurso lo merecen, sin duda, pero también aquellas que no se presentaron o que no pasaron la primera criba. Es cuestión de gustos, ya lo sabemos. Aunque también es cierto que hay gustos y gustos: un jurado que incluya entre sus miembros el docto dictamen de Lorenzo Cañas, perito en fogones y ejemplar ser humano, es imposible que pueda equivocarse.

P.D. En materia de tortillas, el mapa logroñés de bares disponía hace nada de una referencia singular, que solía citarse en cada catálogo nacional donde se recopilan estos precopilan estos placeres: la tortilla del Tahití. Disponía, ojo, y dispone, aunque desde que el bar se mudó de República Argentina y se convirtió en restaurante alojado en la calle Laurel dejó de ser por lo tanto una tapa para devenir más bien en plato principal para saborear sentado. Una tortilla famosa en toda España, multipremiada y elogiada, cuyo secreto (me parece) residía en un elemento a mi entender sustancial: que no se presentaba demasiado cuajada. Así es como servidor la prefiere pero ya se ha dicho: todo en esta vida es cuestión de gustos.

Un recorrido por las barras de la capital de La Rioja

Sobre el autor

Jorge Alacid López (Logroño, 1962) es periodista y autor de los blogs 'Logroño en sus bares' y 'Línea de puntos' en la web de Diario LA RIOJA, donde ocupa el cargo de coordinador de Ediciones. Doctor en Periodismo por la UPV.


marzo 2015
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