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Jorge Alacid

Logroño en sus bares

¿Todos los bares son iguales?

Imagen del desaparecido Casa Taza de la calle Laurel. Foto de la web de La Rioja Turismo

Cerró el Perchas, falleció hace tiempo La Simpatía, resisten el Sebas, el Iturza, el Gurugú, el Soldado y otros clásicos, llegan otros nuevos y… Peligro: regreso sobre mis pasos para hacer mío (con permiso del copyright) el concepto que acuñó en este blog el trasterrado colega Guillermo Sáez y aprovecho para alertar sobre el riesgo de caer en ese fenómeno que llamó con acierto donostización. Es decir, que todos los bares logroñeses corren el riesgo de ser iguales, en el vano intento de emular a los pretendidamente hermanos ricos de San Sebastián, que desde luego lo son… por las facturas que endosan. Y si nuestros queridos bares pierden su identidad, perderán también su misterio y su encanto, una amenaza que cualquier parroquiano puede atisbar con sólo darse una vuelta por sus bares de confianza.

Ocurre que algún decorador ha debido entregar original y copia de algún hallazgo en materia de bares y de repente todos son casi idénticos. Si además los disfrazas con vocablos tipo gastrobar o neotaberna, el resultado es que llegará el día en que pasear por Valladolid, Granada o Logroño mientras te zampas un pincho o te tomas un trago será como jugar al juego de las siete diferencias: adivina en qué se distingue esta barra de aquella otra. El último en rendirse a semejante plaga es el venerable Casa Taza de la Laurel, la misma calle donde se están perpetrando últimamente todos estos atentados. Pocos bares como el Taza tan unidos a mi corazón, pocos garitos donde uno haya malgastado tantas horas con el pasatiempo favorito de la adolescencia: perder el tiempo…

… Que es una manera inteligente de ganarlo. Ganarlo aposentado en el paso de paloma que representaba el ventanal situado a la diestra según se entraba, custodiado por un anciano pariente de los propietarios a quien no le hacía demasiada gracia ver allí apoltronados a los más jóvenes de su clientela. Circulen, circulen: no lo decía pero lo insinuaba, un mandato tácito al que respondíamos como suele, haciéndonos el longuis, el sueco o el orejas. Sólo cuando de modo expreso nos aclaraba el buen hombre que no estaba demasiado conforme con que lleváramos allí media hora apalancados por el triste precio de un vaso de vino (servido en Duralex, entre cinco y seis pesetas: finales de los 70) decidíamos hacerle caso y aposentarnos en el vecino Tívoli, que disponía del mismo servicio de centinelas y por un precio parecido (e idéntico modelo de cristalería) nos convertía en custodios de la calle Laurel, cuyo acceso vigilábamos desde el ventanal que daba a la barra. De paso, nos comíamos un millón de pipas del tren de Anita.

Casa Taza bajó un día la persiana, como el Tívoli mentado. Pero así como el Tívoli tardó alguna década en reaparecer ante nosotros con muy buena pinta, fruto (se supone) de un esforzado proyecto empresarial, del viejo Taza al nuevo apenas mediaron unos meses: lo que tardaron los nuevos dueños en liquidar cualquier rastro de vida inteligente anterior y convertirlo, cambio de nombre mediante, a la nueva fe de los bares de diseño, que lo mismo te asaltan en Logroño que en cualquier otra ciudad española. Ofician esta recién adoptada religión a través de un altar donde se exhiben las golosinas de rigor, usted ya me entiende: piruleta de no sé qué, esencia de esto, perfume de aquello, homenaje a mi abuela en forma de galleta de foie con reducción de Pedro Ximénez y mucha, mucha, mucha cebolla caramelizada…

Supongo que habrá algún término medio entre el viejo vinazo servido en duralex y estos nuevos hábitos. Y proclamo de paso que cada empresario que se lanza a la aventura de poner un bar, defender su barra, pagar las nóminas y resto del gasto corriente, conquistar a la clientela… Bueno, es una aventura que merecerá siempre el respeto de quien esto firma. Lo que subyace en estas líneas no es tanto una crítica concreta como una reflexión de fondo: lo mismo cualquier día nos liquidan el entrañable depósito donde el Calderas pone el vino a refrescar.

P.D. En materia de ‘donostización’, por Logroño no se ha extendido sin embargo la costumbre de exhibir los pinchos en la barra sin tapar propia de San Sebastián. Así como el inspector de guardia de nuestro Ayuntamiento exige cubrir con hasta tres trincheras las tapas de cada local, con alguna salvedad cuya justificación se me escapa, por San Sebastián reina una conspiración entre Administración, administrados y turistas para que cada bar salude a la clientela mostrando su rica oferta sin obstáculos ni cortapisas. Ignoro la razón: o por aquí somos más escrupulosos, o por las vascongadas menos. Pero el resultado es que mientras allí las tapas te entran por los ojos, en Logroño hay que salvar unos cuantos fielatos. Y en eso sí que todos los bares de España no son iguales.

Un recorrido por las barras de la capital de La Rioja

Sobre el autor

Jorge Alacid López (Logroño, 1962) es periodista y autor de los blogs 'Logroño en sus bares' y 'Línea de puntos' en la web de Diario LA RIOJA, donde ocupa el cargo de coordinador de Ediciones. Doctor en Periodismo por la UPV.


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