Los Leones, un bar de cine (II) | Logroño en sus bares - Blogs larioja.com >

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Jorge Alacid

Logroño en sus bares

Los Leones, un bar de cine (II)

Orquestina Maipú, que actuaba en Los Leones (foto cedida por el blog Recuerdos de Logroño)

 

Como decíamos ayer…

Los Leones era más que un bar: era un casón majestuoso, donde hoy se levanta el edificio al que aún da nombre, convertido en pasaje en aquellos años 70 que tanto daño hicieron por la memoria de Logroño. Aquel Los Leones, fundado por la familia Barrenengoa al estilo de los grandes cafés centroeuropeos, con su acabada estética ‘fin de siècle’, protagonizó un prodigio inaudito para los logroñeses: de la mano de los Bellido, supo preservar ese legado en los detalles de su elegante decoración (un poco al estilo del cine Diana, como apunta juiciosa Maite Bellido), mientras abrazaba la modernidad mejor entendida gracias a la sabiduría del decorador Arturo Menac, protagonista indispensable de esta historia. Parece un actor secundario, porque se limitó a redecorar el local, pero acabará convertido en actor principal, como ocurre en las mejores películas. Menac aportó su ingenio para que Los Leones se convirtiera en una cafetería a la americana sin borrar nunca de sus espaciosos salones ese perfume a la antigua. Un mismo bar, dos almas: ahí residía probablemente el encanto que todavía atesora en la memoria de los logroñeses más veteranos, como observa la propia Maite cuando tropieza en sus andanzas por la ciudad con algún antiguo cliente y entabla tertulia como si Los Leones siguiera abierto. Como si se hubiera cerrado ayer.

Amplio, elegante, coqueto. Los Leones triunfó porque al olfato de Bellido para el negocio hostelero que había interiorizado en el Victoria de la calle Carnicerías cuya familia regentaba se sumó el buen gusto de Menac para los detalles mayores y menores. Bellido, en compañía de sus cuñados Dionisio, Carlos y Domingo Ochoa, se mudó en los años 50 al café de la calle Portales, que transformó a su gusto. Impuso el concepto de café restaurante, toda una novedad para la ciudad y para la época, y dispuso un auténtico teatro de operaciones ocupando casi la totalidad del edificio. Porque ahí radicaba, como subraya su hija Maite, uno de los misteriosos encantos de aquel bar: que, en efecto, era más que un bar, prácticamente un edificio consagrado a la hostelería. Un entramado muy rico en vericuetos, por donde Maite se recuerda jugando de cría con sus amigas, aprovechando la taquilla para estudiar o la cocina con vistas a la barra para asomarse al mundo de los mayores que le fascinó desde muy cría.

Un edificio con bodega en su vientre, con tostadero de café en la planta superior, con pasillos que podían acabar con el piso donde se ubicaba el Club Deportivo Logroñés o el recodo donde tenía su sede el Club Taurino o la esquina donde se alzó el Hogar Navarro. Un pequeño laberinto asomado a un patio central de mayúsculas dimensiones, puesto que contaba incluso con una pileta donde Maite se bañaba, en cuyas aguas recuerda la presencia sorprendente de una familia de carpas. Un bar pionero en tantas cosas: allí se instaló la primera cámara frigorífica con que contó Logroño, donde se elaboraba tanto la leche merengada como la leche helada, prodigio de cuya existencia servidor no tenía noticia. Allí se aposentó el primer mostrador de que dispuso la marca Frigo para sus helados, allí vivía (bien que en uno de los pisos superiores) la familia fundadora y allí acabó montando el añorado Manolo Iturbe su primer obrador y su primer despacho de pasteles, recién desembarcado desde Haro.

Se comprenderá por lo tanto el impacto que tuvo para Maite el negocio familiar y se comprenderá también cómo Logroño se fue adaptando a tantas novedades al ritmo que marcaba la familia Bellido, con Ricardo al frente y la madre, Teresa Ochoa, gobernando desde la cocina. Hacia 1954, el resto de los Ochoa habían tomado bajo su dirección el entonces emergente Bahía, bar recién abierto en la cercana Marqués de Vallejo, así que Ricardo y su familia se quedaron solos al frente de Los Leones, apareció el citado Arturo Menac y entre todos hicieron magia: un truco de prestigitador convirtió el ya célebre café en algo distinto, más ambicioso, más memorable. Un bar que fuera icono de Logroño. Con la reforma, la zona del restaurante se convirtió en cafetería y brotó también una sala de baile, según la moda que empezaba a enseñorearse de otras ciudades de España. O, mejor dicho, dos salones de baile: uno se situaba en la zona superior, destinado a los precios más populares, al que se accedía desde Hermano Moroy; el otro, más chic, congregaba a la naciente clase media logroñesa que tal vez aún no sabía que lo era, pero que se permitía ya alguna alegría en forma de bailes de salón, amenizados casi siempre por la misma orquesta, la legendaria Orquesta Azul, cuya alineación Maite todavía recita de memoria. “Creo que alguno todavía vive”, aventura.

Continuará.

P.D. A lo largo de estas líneas que ya avanzan por su segundo capítulo ha aparecido alguna vez el legendario decorador Arturo Menac, cuya aparición por Logroño allá en los años 50 y 60 galvanizó la escena de los bares locales, donde concentró gran parte de su talento, ingenio y buen gusto. Yo así recuerdo Los Leones, como una meca del lujo aplicado al sector hostelero, pero luego he ido conociendo otras de sus inolvidables hazañas: a su mano se debió, también aliado con los Bellido, la decoración del Milán y de su olfato nacieron el Ibiza, Las Cañas, La Granja… No sigo, que se me saltan las lágrimas: acabo de citar alguno de mis bares favoritos. La mayoría difuntos.

Un recorrido por las barras de la capital de La Rioja

Sobre el autor

Jorge Alacid López (Logroño, 1962) es periodista y autor de los blogs 'Logroño en sus bares' y 'Línea de puntos' en la web de Diario LA RIOJA, donde ocupa el cargo de coordinador de Ediciones. Doctor en Periodismo por la UPV.


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