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Bernardo Sánchez Salas

Material escolar

Sin palabras

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Coincidiendo con la ola de detección de autoplagios que nos invade, leo en la prensa que la Policía ha habilitado un programa informático que permite descubrir la mentira en el relato de una denuncia. Se llama VeriPol –que suena a fármaco, y podría ser, de hecho, un suero de la verdad, o sea de la mentira- y consiste –a ver si soy capaz de explicarlo y que les parezca a ustedes verosímil- en identificar palabras que por su uso generalista o inespecífico o vulgar no garantiza la certeza de los contenidos de la denuncia, permitiendo, de esta manera, calificarla automáticamente de falsa. Por ejemplo –y cito por el caso publicado- si usted va a una comisaría y denuncia que hace unos días un tipo que vestía de negro le ha robado por la espalda una mochila que usted llevaba colgada al hombro pero que apenas pudo verle la cara porque el tipo salió corriendo, pues el programa podría fruncir el ceño y decirle que no cuela. Porque no suena a nada concreto, porque son palabras utilizadas mil veces con cualquier excusa o pretexto. ‘Tipo’, ‘mochila’, ‘hombro’, ‘cara’, ‘oscuro’, ’corriendo’, ‘espalda’, etc.. Nada, hombre, suena todo a autoplagio. De hecho, con las mismas palabras, usted podría contar otra cosa completamente distinta: el otro día iba yo corriendo y de pronto me encontré a un tipo que llevaba una mochila de color negro al hombro, le miré a la cara y… Cabrían más permutaciones con resultado de un relato distinto en cada caso. El programa éste, el VeriPol, si bien se mira es una especie de manual de poética, pues su objetivo es promover y reconocer el esfuerzo de la verosimilitud, de lo que ya se preocuparon Aristóteles y otros muchos después. No es tonto el VeriPol cuando advierte –y aquí coincide con las más prestigiadas Poéticas- que lo importante es un relato es la acción, frente a lo ordinario y corriente de los objetos que se describen. Y las cualidades específicas, y que las cosas sucedan más cerca de tu casa antes que en lugares lejanos e indeterminados. Por lo tanto, conviene de cara a aprobar el examen de verosimilitud en una Comisaría reconvertir la denuncia en un ejercicio literario esmerado, narrado en primera persona. Con acciones paralelas y varios personajes. Transformar el hurto o lo que sea en un buen relato breve, como mínimo. A mí, claro, me inquieta que se extienda el uso de un detector tipo VeriPol al resto de situaciones de la vida, porque para manejarnos en ella tenemos las palabras contadas; palabras muy usadas, autoplagiadas –por qué no decirlo-, mediante las cuales intentamos que se nos crea, que se nos entienda, que se nos comprenda, que se nos quiera. Eso, palabras como ‘cara’ o ‘espalda’ u ‘oscuro’. Lo normal. ‘Normal’, también. Pero claro, leo ahora lo de este prodigioso detector de palabras del común –palabras, por cierto, que valen igual para construir verdades que mentiras, un argumento o su contrario, las mismas palabras- y me pregunto con qué convicción y posibilidades de éxito se puede ya contar nada, de no ser Juan Benet. Quién te va creer si no dispones más que de las palabras de siempre. Tan devaluadas. Ayer mismo –por poner otro ejemplo, muy tonto, pero imaginen una situación comprometida de verdad-, muy temprano por la mañana me encontré en la calle con un amigo que me preguntó a dónde iba tan pronto y le conté que venia de una panadería de comprar un pan que me gustaba y que luego había pasado por un kiosko a por el periódico porque sacaba un suplemento de viajes que me interesaba y que después iba a lavar el coche porque a esa hora no habría mucha gente y que de paso, en la gasolinera cogería una bolsa de hielo para hacer unos gin-tonics a la tarde… Y yo le estaba contando esto, y mirándolo, y pensaba: este tío no me está creyendo nada de lo que le cuento. Y con razón: ‘pan’, ‘viaje’, ‘kiosko’, ‘suplemento’, ‘hora’, ‘gin-tonic’, ‘coche’… con eso dónde voy. Me ha pillado. Luego me preguntó qué tal verano, que qué habíamos hecho y tal; pero ahí ya no tuve fuerzas para responder. Para qué, pensé. Todo podría ser utilizado en mi contra. Este mismo escrito, sin ir más lejos, pues me temo que si se le pasa el VeriPol acusará su nadería; se verá que con esto no me puedo presentar en ningún lado. ¿Cuántas de las palabras que he utilizado -797 palabras, contando el título y la cabecera- tienen chicha, acción? Y es que, en fin, que como decía aquel celebre registrador de la Propiedad –y no dijo muchas más cosas-: «Todo lo que se ha publicado es falso, menos alguna cosa».

Temas

Espacio de opinión en el que se aúnan las artes escénicas, el panorama político, el cine, la radio, y la televisión. Además de la cultura en general y la vida en particular. Su autor es Bernardo Sánchez Salas, escritor, doctor en filología hispánica y guionista.

Sobre el autor

Bernardo Sánchez Salas (Logroño, 1961) Escritor, Doctor en Filología Hispánica, guionista de cine y televisión y autor teatral: Premio Max en 2001 por la adaptación escénica de la película El verdugo y adaptador, también, de obras de Arthur Miller (El precio, nominado en 2003 al Max a la mejor adaptación), Tirso de Molina (La celosa de sí misma), Antonio de Solís y Rivadeneyra (Un bobo hace ciento) –ambas para la Compañía Nacional de Teatro Clásico-, Aristófanes (La asamblea de las mujeres), Edgar Neville (El baile), Howard Carter Beane (Como abejas atrapadas en la miel), Jeff Baron (Visitando al señor Green, nominado en 2007 al Max a la mejor adaptación) o Rafael Azcona (El pisito). Sus trabajos teatrales –realizados para unidades de producción públicas y privadas- han sido dirigidas por Luis Olmos, Jorge Eines, Tamzin Townsend, Juan Echanove, Sergio Renán, Esteve Ferrer, o Juan Carlos Pérez de La Fuente. Es también autor de textos teatrales originales como Donde cubre y La sonrisa del monstruo (dirigidos por Laura Ortega para la RESAD), El sillón de Sagasta (dirigido por Ricardo Romanos) y La vida inmóvil (dirigida por Frederic Roda). Ha publicado estudios sobre el dramaturgo del siglo XIX Bretón de los Herreros y editado algunas de sus obras; fue corresponsal de la revista El público. Autor del conjunto de relatos Sombras Saavedra (2001), publicado por José Luis Borau en “El Imán” y de monografías individuales y/o colectivas sobre Rafael Azcona, Bigas Luna, Luchino Visconti, Viçenc Lluch, José Luis Borau, Eduardo Ducay, Antonio Mingote, Pedro Olea, el Documental Español, la Literatura y el Cine en España o El Quijote y el Cine.


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