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La plazuela perdida

El precio de las cosas

Sabemos que la vida ha cambiado más en los últimos cincuenta años que en los dos mil anteriores. Cualquier persona, que se acerque a la edad de la jubilación, ha conocido un modo de vida similar al de la época romana: se seguían utilizando el arado romano y la muela romana de sílex, el trabajo se hacía con la ayuda de animales y se practicaba, sobre todo en los pueblos, una economía de supervivencia; y no existía la basura pues el reciclaje era natural y automático. Sin embargo, la característica más acusada, a lo largo de los siglos, era que el precio de las cosas siempre era el mismo, más o menos, pues el comerciante se conformaba con cargar el pequeño porcentaje de costumbre, ya que otra cosa era usura, perseguida por la ley y condenada por la Iglesia; y no se sabía qué era la inflación, aunque existía una definición de dicha palabra que ahora sonrojaría a economistas y gobernantes.

Hoy en día, a la usura se le llama ‘negocio’ y la practica todo el que puede -no hay un porcentaje justo de aumento en la compraventa, porque el precio lo fija el ‘mercado’, que es un eufemismo para disfrazar que puede cobrarse lo que se quiera- especialmente los bancos, que han descubierto el milagro de que los beneficios pueden aumentar el 20% cada año, a pesar de perdonar millonadas a ciertos partidos y aunque la vida sube oficialmente el 3%, pues, por lo visto, ese 20%, año tras año, no influye en la inflación del país -una cosa muy importante que hay que tener controlada, según los gobiernos- en la que sí influye, y con mucho peligro, el aumento del sueldo de los trabajadores. Para que todo funcione como es debido, tenemos el IPC. Este índice de precios, por cuya subida nos tira continuamente de las orejas la Unión Europea, es el valor por el que se rige la subida de los sueldos de funcionarios y trabajadores, pero no los pluses de los altos ejecutivos ni el precio de las cosas -ya hemos dicho que eso lo fija el mercado- y quienes lo calculan deben de tener su oficina en Lourdes, ya que hacen milagros inexplicables, que gustan mucho al gobierno y a los empresarios y poco a los trabajadores: por ejemplo, nos convencen de que la vida ha subido el 30% en los últimos años, aunque todos sepamos que el precio de las cosas se ha doblado. Y es que hay cosas que entran en el IPC y cosas que no, y para entender por qué ciertas cosas no entran en el índice, verbigracia la vivienda que amarga la vida económica de los españoles, debe de ser necesario hacer un master dificilísimo, para el que no estamos preparados, por lo que se ve. Manden tirios o troyanos, y por mucha revisión de la guerra civil que se quiera hacer -las realidades económicas nadie quiere revisarlas- el precio real de las cosas es un misterio insondable. El precio imaginario que nos cobran por ellas, no.

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Por Jesús Miguel ALONSO CHÁVARRI

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